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Estado de emergencia

 


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Rodrigo Alonso

Estado de emergencia
Charly Nijensohn. La Caída de un Sistema. Video instalación. 2005. ampliar foto

Las obras de Charly Nijensohn inscriben agudos puntos de tensión en elementos mínimos. Sus vídeos y vídeo instalaciones apuestan a la insistencia, a la incansable acción del tiempo sobre la percepción, a un sentido que nace del corazón de la experiencia audiovisual proyectándose sobre la conciencia.

A lo largo de su carrera artística, Nijensohn ha transitado por la performance, la intervención urbana, el vídeo y la música experimental. Formó parte de dos agrupaciones legendarias, La Organización Negra, a finales de los ochenta, y Ar Detroy, durante la década del noventa. Estos grupos renovaron la escena artística argentina tras la recuperación de la democracia, con una propuesta que migró rápidamente desde el ámbito escénico al de las artes visuales. En un circuito dominado por las secuelas de la transvanguardia italiana y su entusiasta recuperación del oficio pictórico, estos colectivos de artistas –entre los pocos que existían en Buenos Aires por esas épocas– insuflaron un arte orientado a los procesos y no a los objetos, instrumentado en medios contemporáneos y originado en la creación colectiva, en momentos en que la exaltación de la individualidad y el expresionismo parecían ser la norma. Su labor sólo adquirió el reconocimiento debido hacia finales de la década del noventa, cuando la hegemonía de la pintura llegó finalmente a agotarse, abriendo el campo a una multiplicidad de propuestas en los más variados medios y soportes. En los últimos años, y tras la crisis económico-política de diciembre de 2001, Nijensohn es uno de los tantos artistas argentinos en la diáspora. Su obra personal, sin embargo, presenta una cercanía y hasta una continuidad con la realizada en el seno de Ar Detroy, agrupación de la que fue uno de los principales impulsores conceptuales y estéticos.

El universo de Estado de Emergencia, su más reciente vídeo instalación, es el mundo transfigurado por el hombre. De su arbitraria vastedad, Nijensohn extrae algunas imágenes, retazos que a veces son topográficos y otras veces son históricos, pero que en general conjugan la potencia de la naturaleza con el ambiguo poder de la tecnología. El paisaje –un tropo recurrente en la producción del artista– encarna la visión de un utilitarismo por momentos devastador. Su presencia parece no poder desembarazarse de una mirada que lo ha concebido como una arena para el consumo, el uso y la manipulación.
Como para los griegos, la cosmología de Nijensohn parte de los cuatro elementos vitales: la tierra, el agua, el aire y el fuego. Cada uno de ellos se enfrenta, a su manera, al mismo designio instrumental, si bien un sutil deslizamiento los desplaza desde el consabido “uso racional” hacia el mas irracional de los empleos. Con habilidad, el artista no establece una separación rigurosa entre uno y otro. Más bien parecería existir una continuidad, un territorio incierto donde, si existe alguna justificación para la injerencia del hombre sobre su entorno, entonces los límites de su accionar son tan lábiles como los que separan la satisfacción de sus necesidades de sus ansias de destrucción y dominio.
Aquí, la mirada calma y placentera que propone el lento transcurrir de las imágenes se encuentra con el llamado de atención que despierta la conciencia. Para la mirada atenta, tras la aparente naturalidad de los encadenamientos, crece una tensión dramática que llega al punto de hacerse insoportable.

Entre los molinos titilantes y las torres en llamas no se oculta una transición violenta, aunque el momento de transformación se demuestra una y otra vez inadvertido. La voluntaria seducción de las imágenes, su ritmo lento, su inmaculada trinidad y su elegante simetría no son datos a desdeñar. Evitando las confrontaciones burdas, Nijensohn apuesta a la capacidad analítica de los espectadores, pero también a sus emociones, a ese destello fugaz de sensibilidad que advertirá el cambio provocando una conmoción en todo su organismo. Después de todo, no hace falta renunciar al arte para señalar las atrocidades del mundo, como tampoco hace falta caer en la denuncia airada ni en el testimonio enfático o contundente.
Por el contrario, la obra de Charly Nijensohn ha buscado plasmar de manera permanente la crudeza de todo conflicto a través de un profundo viaje introspectivo. Las imágenes que persigue con su cámara de vídeo no son otra cosa que trozos de mundo donde se proyectan sus estados interiores, manifestaciones externas de un constante compromiso ético que no puede dejar de expresarse, paradójicamente, en instantes de serena belleza y paciente emoción.
Parafraseando el título de uno de los vídeos realizados junto a Ar Detroy, sus producciones son “actos de intensidad”. A esto se debe, sin dudas, la presencia casi física que adquiere el tiempo en sus instalaciones. Cada una de sus piezas inflama la percepción, inunda los sentidos, activa la sensibilidad, aun cuando las imágenes apenas parecen haber cambiado en la pantalla. La duración, como experiencia material, invade al espectador compenetrándolo tanto con las imágenes como con su devenir temporal.

De hecho, otro de los elementos claves de la pieza es su concepción de esa temporalidad como un fluir, como una emanación ininterrumpida de la que se desprende con lentitud el sentido –todo fluye, decían también los griegos. Ese flujo continuo se hace eco del constante transcurrir de la naturaleza, punto de partida para la reflexión que propone la pieza, pero también de la constante intervención de la actividad del hombre sobre su figura. Una y otra echan sus raíces en una temporalidad que se evade de la cronología, en un terreno del que surgen el diálogo y el conflicto, en un permanente estado de emergencia.

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Publicado en:

Sobre una Realidad Ineludible. Arte y Compromiso en Argentina (cat. exp.).
Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo. Caja de Burgos, 2004.


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