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Horizontes de sal


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Rodrigo Alonso

“Andando no encontrarás los límites del alma,
aunque recorras cualquier camino.

Así de profundo es su fundamento...”
Heráclito (DK 45)

Ar Detroy   Ar Detroy
Ar Detroy. Un Acto de Intensidad. Video instalación de 5 canales. 1999. ampliar foto Ar Detroy. Un Acto de Intensidad. Video instalación de 5 canales. 1999. ampliar foto


Si la imagen de un desierto puede resultar desoladora, qué decir de las inconmensurables extensiones de un desierto de sal. Los dorados confines de arena, resplandecientes y fluidos, hogar de algunas especies de vida fronterizas, son quizás menos contundentes que las quebradas e impenetrables superficies salinas, menos abismales que sus inaprensibles horizontes blancos.
Desde sus primeras producciones, el grupo Ar Detroy practica la atracción por el abismo que sedujo a los artistas románticos. Muchos de sus videos –como Abismo (de los hombres), Eco del silencio en el mundo o Diez hombres solos– así parecen señalarlo, pero son las profundas tensiones internas y la inusitada intensidad de las imágenes las que mejor transmiten sus constantes enfrentamientos con el vacío. Las búsquedas espirituales son recurrentes, como lo son los interrogantes metafísicos, traducidos en conflictos con el mundo exterior, con la inmensidad del universo o con una realidad cotidiana y alienante. Ecos de una existencia que sobrepasa las aptitudes del hombre y que no puede comprenderse en toda su dimensión.
Un acto de intensidad parte de un enfrentamiento real con esa naturaleza hostil. Los integrantes del grupo permanecieron durante largos días aislados en medio de un desierto de sal, sin otro horizonte que la soledad del terreno y la soledad de sus compañeros. El resultado de esta performance constituye la base de este políptico de reminiscencias medievales, que traduce sus imágenes en símbolos.
El protagonismo del acto imprime su sentido sobre la imagen, subvirtiendo la naturaleza del medio. A la “estética de la desaparición” se opone una estética de la persistencia, a la estética de la velocidad una estética del retardo. La inmediatez del acto niega la mediatización del registro, apelando al espectador en el espejo de su acto contemplativo.
Pero incluso el acto es superado por la fuerza del símbolo. Hay una espera que no se satisface pero también una acción que no rinde frutos. Hay la imagen imponente del desierto y otra imagen, no menos imponente, de un barco encallado en ese desierto (¿Cómo no recordar “El Naufragio de la Esperanza” de Kaspar Friedrich; cómo no evocar ese desolado espíritu romántico, igualmente atónito ante la soledad y la desesperanza del hombre contemporáneo frente a la inconmensurabilidad del universo?).
La acción es arriesgada, extrema, pero al mismo tiempo insignificante: esa salina ha permanecido en ese lugar por un tiempo infinitamente más prolongado. Cualquier acto del hombre en ese contexto no es sino infinitamente pequeño, infinitesimal (otro de los abismos que por siempre cercó al hombre, uno de los mayores desvelos de Pascal). Ante la naturaleza, todo acto humano es instantáneo, incluso su vida lo es. Tal vez es por eso que el único parámetro que lo exime de su insignificancia, el único valor para tamaño esfuerzo, sea que se constituya en un acto de intensidad, que no es sino un acto de afirmación vital.
En ese compromiso mayor, en esa vehemencia, esa mínima acción es ilimitada y trascendente. Porque vincula a la existencia con la nada, porque conjura al cosmos a través del vacío. Porque excede los límites del tiempo y del espacio reclamando toda la potencia del momento de la experiencia, afirmando con intensidad la universalidad de un acto terrestre y humano, ya que, al decir del apóstol, “el cielo, el cielo de los cielos, no te contiene” (Reyes I, 15, 22).

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Publicado en:

Ar Detroy. Un Acto de Intensidad (cat). Buenos Aires: Museo de Arte Moderno, 1999.


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