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Video danza: otro bastardo en la familia.


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Rodrigo Alonso

"Tan bello como el encuentro casual de una máquina
de coser y un paraguas en una mesa de disecciones"
                  Isidore Ducasse, Chants de Maldoror (París, 1868-1874)

Margarita Bali   Sabrina Farji, Mariana Belotto
Margarita Bali. Agua. Video. 1997. ampliar foto Sabrina Farji, Mariana Belotto. Girones. Danza multimedia. 1996. ampliar foto

Hacia comienzos de nuestro siglo, un encuentro casual inspiraba al surrealis­mo, una corriente artística llamada a con­vertirse en un referente clave del arte de nuestro siglo. Hacia finales del siglo (es decir, hoy), otro encuentro de similares características reclama nuestra atención estética ¿Qué otra cosa podría ser la video ­danza sino un encuentro casual, producto del curioso vínculo entre uno de los medios de expresión más antiguos del hombre y uno de los más contemporáneos, insospe­chado resultado de la puesta en común de un medio encarnado en la materialidad del cuerpo con un medio descorporeizado, abs­tracto, casi inhumano?
Algunos sostienen que ambos me­dios comparten la condena al tiempo y al movimiento, y que por lo tanto la unión es legítima. Dicen que el mismo estremeci­miento que recorre al cuerpo en la infatiga­ble realización de sus ritmos vitales atra­viesa a la imagen videográfica, indisoluble­mente ligada al barrido electrónico que la genera. Una conclusión brillante que, como toda teoría estética, ha dejado de lado al artista y a su obra. ¿A quién se le ocurre que el coreógrafo pueda asimilar el barrido electrónico a sus ritmos vitales a menos que reciba un shock eléctrico por la mala conexión de un electrodoméstico?
Creo que el error está en querer legitimar la unión video/danza a través de los elementos que los unen cuando tal vez dicha unión se legitime en los elementos que los separan obligándolos a comple­men­tarse.
Se dice que ambos medios compar­ten el tiempo: otra falsa coincidencia. El tiempo del video no es el mismo de la danza: cuando lo es (registros coreográfi­cos) en general no hay video danza. Las honrosas excepciones, como siempre, confirmarán lo que ni siquiera es una regla. El video permite reunir acciones coreográficas registradas en diferentes momentos, eliminar los nexos que llevan de una postura corporal a otra, y, por efectos de la edición, repetir movimientos en forma idéntica o al revés, acelerar o dilatar acciones. Resulta más claro que el espacio del video no es el de la danza, y que allí puede ubicarse otro de los puntos de nues­tro interés. Es común en la video danza el trabajo coreográfico en lugares no conven­cionales para la danza, pero también, la composición de un espacio virtual o direc­tamente la no referencia a espacio alguno. El ojo de la cámara permite rescatar zonas, sectores que muchas veces son corporales y que otorgan una dimensión inusual al cuerpo como lugar a recorrer y/o habitar. Toda una estética del cuerpo como terreno a explorar subyace en los primeros planos o los detalles que el cuadro de la cámara recoge y la pantalla coloca a nuestra consi­deración.
Y es que el cuerpo, ese instrumento que es el presupuesto de la composición coreográfica, no ha dejado de ser el prota­gonista. Un cuerpo que la mediación trans­forma en superficie pero que paradójica­mente parece más inmediato, merced a los acercamientos de la cámara. Un cuerpo que exige ser tratado de otra forma, por que el coreógrafo ya no debe diseñar sólo su movimiento: también debe diseñar la mira­da que lo recorrerá. Esta coreografía de la mirada es tal vez lo que mejor define a la video danza, lo que le da su fuerza estética y lo que justifica su razón de ser dentro del arte contemporáneo.
Y a pesar de todo lo que la justifi­ca, su paternidad sigue siendo problemáti­ca. Por un lado aparece como el hijo no deseado del video arte (a su vez, hijo no deseado de las artes plásticas y el video; éste a su vez, hijo no deseado del cine, etc...) aunque su aceptación aumenta día a día. La danza, por otra parte, parece no haberse enterado de su existencia, aunque ha accedido con cierta indulgencia a cobi­jarla.
Si atendemos a la rápida aceptación de otros híbridos contemporáneos (la come­dia musical y la tortura en los países lati­noamericanos en El Beso de la Mujer Araña, la colonización americana y el cine de Disney en Pocahontas), creo que cierta resistencia inicial es un buen indicio.

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Publicado en:

La Hoja del Rojas, Año VIII, Nº 63, Buenos Aires, 1995.


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